La palabra método proviene del griego metá, que significa “más allá”, y hodós, que se traduce como “camino”. Juntas, estas raíces conforman una idea poderosa: el camino para ir más allá. Más allá de la costumbre, de lo que siempre se ha dicho, más allá del miedo a pensar por uno mismo.
El método no es simplemente una serie de pasos o un procedimiento técnico; es, ante todo, una actitud frente al conocimiento, una forma de mirar el mundo con lucidez y coraje. En El discurso del método, René Descartes rompe con siglos de pensamiento dogmático. Propone una manera de razonar que no se basa en la fe ciega ni en la tradición, sino en la duda metódica, la división de los problemas, el orden lógico y la verificación rigurosa. Con ello, no solo inaugura el pensamiento moderno, sino que da origen a la ciencia y a la autonomía intelectual.
Gracias al método, se derriban mitos, se descubren leyes naturales, se revelan estructuras sociales y se diagnostican enfermedades invisibles. Desde el telescopio hasta el trabajo de campo, todo conocimiento riguroso y transformador nace de un método.
Pero el método no solo nos enseña a investigar. Nos enseña a despertar. Quien sigue un método no repite: entiende. No obedece: piensa. Y pensar —pensar de verdad— es quizás el acto más libre que un ser humano puede realizar.